viernes, 29 de junio de 2012

Tormenta en la barranca


“Un trueno de asustar, estremeció a la barranca. Siguió un silencio como de un cuarto de hora. Ya no se oía ni el río, allá abajo; ni los pájaros, como en la mañana, que casi aturdían entre los árboles; los que platicaban, y eran pocos, lo hacían en voz baja; comenzaron a jadear los animales; sus pezuñas resbalaban en las piedras: eran los únicos ruidos, en la tarde que parecía dormida o callada de miedo. No iríamos a la mitad de la barranca, cuando nos encandiló otro relámpago terrible; nos agarramos del aparejo, al tiempo de oír el trueno… ¡Santa Bárbara bendita!... Glorifica mi alma al Señor… Y ahora siguieron, cada segundo, los relámpagos y los truenos; parecía que iba a desgajarse la barranca; nunca había oído yo en mi vida semejantes descargas; las mujeres, menos mi mamá, comenzaron a gritar horrorizadas: ‘Si nos cae un rayo… Si nos cae una peña desgajada… Si no alcanzamos a pasar el arroyo y nos quedamos la noche en la barranca… Si bajan los lobos, con la oscuridad…´ A todo esto, el viento era terrible: corriendo por la barranca aullaba como dicen que aúlla el diablo, y sacudía los árboles con furia de loco o de endemoniado (…)
“Las primeras gotas fueron grandes, como de a peso fuerte, pero desbalagadas; luego se hicieron más tupidas y el viento las aventaba con coraje sobre la cara y la espalda. --¿Cuánto nos falta para llegar? –era el grito de todos, como si tuviéramos fiebre. --Ya merito –decían los arrieros, sin dejar de chupar, entre las copas de sus sombreros y el cobijo de sus chinas de palma, por donde resbalaba la tormenta. Ni dónde refugiarse. Por el lado de Ibarra no hay un solo ranchito. Lo peor fue que los animales se pararon en seco, alzando las orejas; no valieron pelitos, chicotazos, palabras duras; por nada del mundo los hicimos andar (…)
“La cosa fue bastante penosa, principalmente por el número de mujeres y la inutilidad de los señores, no acostumbrados a estas sanfrancias. Se quitó la fuerza de la tormenta; quisieron caminar, aunque despacito, los animales; tardamos más de una hora en llegar a la ceja de la barranca (…) No sé cuánto caminaríamos. Desperté con la bulla de que comenzaban a verse las luces de Guadalajara”.
Fragmentos de “Flor de Juegos Antiguos”. Agustín Yáñez (1942)

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