“Esa noche,
de plano –por lo menos yo- no pudimos dormir, con el sobresalto de no despertar
a tiempo, de andar con prisas o de que algo a última hora se nos olvidara; pero
principalmente por el enjambre de soñadas peripecias; creo que mi madre no
reposó un momento: la oí toda la noche andar de un lado a otro, abriendo y
cerrando cajones, preparando en la cocina el bastimento, llenando maletas,
empacando utensilios: las luces prendidas toda la noche. Mucho antes de la hora
fijada estábamos en pie, sin necesidad de que nos despertaran; tan temprano
era, que mi madre instó a que nos acostáramos de vuelta; más ya estábamos
vestidos y despabilados; tarde se nos hacía que llegara el arriero; salimos a
la calle para esperarlo; qué raro sonaban en la acera vacía nuestras ruidosas
voces; desesperados por la tardanza volvimos a entrar, volvimos a salir;
teníamos puestos ya los sombreros de palma propios para el sol; mi madre nos
llamó locos y reclamó que tuviéramos
juicio, que no comiéramos ansias; debíamos abrigarnos contra el aire de la
madrugada; la contestación fue que no sentíamos frío; las reprimendas eran en
especial para mí por ser el más alborotador y cabecilla de impaciencias; el
silencio del barrio dejaba oir con claridad las horas –qué lentas corrían- del
reloj de catedral; acababan de sonar las cuatro, cuando percibimos el trote del
atajo, que al fin desembocó en la esquina; la revolución de la casa se
multiplicó en gritos, carreras, recomendaciones, preguntas; quiso aún mi madre
que tomáramos una taza de canela caliente y alguna pieza de pan, para no salir
con aislamiento de estómago; entre velas que apagaba el viento y entre sombras,
con increíble destreza, el arriero dejó bien afianzado el montón de maletas y
demás avíos, nos distribuyó los burros y nos acomodó sobre los aparejos, cortó
discusiones y ordenó la marcha”.
Fragmento de “Gota Serena”. Agustín
Yáñez (1949-1963)
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