“Un rebuzno
viril, desparpajado, toca a diana. Luego tremola un relincho. Más tarde canta
el ki-ki-ri-ki de los gallos. Se impone el silencio tenaz, interminable.
Estamos en un pueblo, en un mesón. Sí, estamos en Teules. Realidad de una
caminata en noche de luna, de una feria, de una cantadora sensual y caprichosa.
Nuevo largo silencio. Toca una campana desconocida, ronca, pesimista. Quizá sea
la campana de Teules. ¿Toque de alba o de queda? La alborada será, porque resucitan
voces humanas, multiplican sus cantos los gallos, se oye el lento masticar de
las bestias que trituran maíz: Ahora, entre silbidos y denuestos, los arrieros
aparejan y hasta acá llega el jadeo de hombres y bestias cuando cinchan. La
claridad va dando, lentamente, las dimensiones de este cuarto y nos ayuda a
calcular –primero- la medida y antigüedad de la puerta, más tarde la altura y
suciedad de muros y techos. El cálculo –que sobreponiéndose al dolor de la
cabeza y las entrañas, supone voto absoluto de estoicismo- se interrumpe con
voces, golpes a la puerta y crujir de maderas. Tío Eufemio, que entre los siete
serranos quedó en Teules como redentor y tutor del pródigo, ha venido a ver si
el muchacho está ya listo”.
Fragmento de “Pasión y convalecencia”.
Agustín Yáñez (1938)
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