El lazo como arma de guerra.
Al describir
las hazañas de los soldados mexicanos que vencieron al ejército francés en la
Batalla del 5 de mayo de 1862 en Puebla, el periodista jalisciense Victoriano Salado
Álvarez elogia especialmente a los rancheros, a los charros, que con sus
proezas introdujeron el buen humor en la guerra.
En Orizaba
–dice don Victoriano en sus Episodios Nacionales- salieron a recorrer el campo
los ayudantes del general Ignacio Zaragoza, comandante en jefe del ejército
mexicano, que querían ver de cerca a los franceses y observarles:
Estos
ayudantes de Zaragoza eran los charros
que formaban el grupo fronterizo de pura sangre, hábiles en el manejo del
caballo y de la reata, y capaces de lazar a las siete cabrillas. Caminaban
riendo y sin preocupaciones, cuando observaron un grupo de diez o doce
franceses, muy lucido. En vez de huir se dirigieron resueltamente a ellos, quienes
les dejaron acercar creyéndoles soldados
del general Leonardo Márquez, jefe del
ejército conservador aliado a los franceses.
Desataron sus reatas, hicieron lazo,
y antes que los confiados franceses pudieran resistir, Pedro de León, Teófilo
Z. Martínez, García y López habían cogido sendos franceses y les tenían cuál
sujeto del cuello, cuál de la cintura, cuál de los brazos; el resto del grupo
echó a correr. Les despojaron de los rifles y pistolas, les dispusieron se
entregaran, y cada cual con su presa lazada y en la propia disposición que la
habían cogido, marchó hasta la tienda del general en jefe. Uno de los presos
resultó ser nada menos que M. Desleaux, jefe de la brigada de Artillería de Marina
y gobernador de la plaza de Orizaba, siendo los demás sus acompañantes. Solo
Desleaux fue canjeado por cuarenta oficiales mexicanos, presos a consecuencia
de la acción del Borrego.
También en Orizaba, el día del ataque
al Ingenio, una fracción de infantería francesa quedó disgregada del resto de
su batallón. Sin asustarse, aquellos valientes formaron cuadro, y con las
bayonetas listas pensaron resistir la carga de caballería… No hubo tal; dos
charros cogieron una reata por un extremo y otros dos por el contrario, picaron
espuelas a sus pencos y dieron contra aquella muralla de pechos valientes y de
aceros relumbrantes… Los zuavos de uno de los frentes cayeron como los perros a
quienes se da manta, patas arriba y sin poderse valer; los demás se desbandaron
y fueron presa fácil de los machetes fronterizos.
Incluyo este
pasaje histórico en Arrieros de México porque, como he dicho en otros
artículos, no todos los rancheros mexicanos fueron arrieros, pero por regla
general todos los arrieros fueron rancheros, y muchos de ellos participaron en
los conflictos armados, haciendo, claro, lo que sabían hacer.
Fuente: Victoriano Salado Álvarez.
Episodios Nacionales. Puebla (1902-1906).
Imagen: Litografía de Claudio Linati. Gran Historia de México Ilustrada. Ed. Planeta (2002).
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