viernes, 26 de abril de 2013

Los mesones de antaño


Entrada al Mesón de Jobito en Zacatecas.

   Comparados con los modernos hoteles de lujo, los mesones mexicanos de antaño dejaban mucho qué desear en materia de higiene y comodidades. Creados para  la convivencia del hombre con las bestias, la mayoría de los mesones no mejoraron en nada el ambiente de sus antecesoras, las ventas españolas, es decir, pisos sucios, paredes pintarrajeadas con obscenidades y cuartos desnudos las más de las veces, pero repletos de piojos, pulgas, mosquitos, chinches y demás bichos voladores y rastreros.

El turismo, una novedad en el siglo XIX

   Lo cierto es que en el tiempo de los mesones, que se prolongó hasta mediados del siglo XX (funcionaba por lo menos un mesón en cada pueblo y decenas en las grandes ciudades), tampoco había turismo exigente. La costumbre de viajar era todavía una novedad en México a mediados del siglo XIX, y por lo mismo no existía infraestructura de servicios para el viajero, excepto lo esencial para el descanso y alimentación de los arrieros y sus recuas.
   Cuando personas de mayor nivel económico y social tenían necesidad de viajar, no se hospedaban en mesones, sino que habitualmente llegaban a la casa de algún amigo, en tanto que los aristócratas poseían lujosas mansiones en las grandes ciudades, además de haciendas provistas con todas las comodidades de la época.

También hubo posadas calificadas como excelentes

   Tanto en tiempos de la Colonia como mucho después, también hubo posadas calificadas como excelentes por los viajeros; entre otras,  Joel R. Poinsett describe la ubicada antes de la Guerra de Independencia en Arroyo Seco, por el camino de México a Querétaro; ésta fue incendiada durante la insurrección, aunque conservó algunos buenos aposentos, entre ellos el del posadero.
   Pero en general, dice Poinsett, los cuartos de los mesones que recorrió eran tristes e incómodos, paredes que una vez fueron blancas, pisos de tierra, una tosca mesa de pino con las patas enterradas en el suelo, una banca del mismo material y factura fijada de igual modo, inamovibles las dos, quizás para que los viajeros no se las llevaran de recuerdo.
   Por su parte, en Veracruz, William Bullock no encuentra para alojarse más que un cuarto inmundo con un agujero, llamado pomposamente ventana, que da a una sala de billar y que posee por todo mobiliario una silla y una cama cubierta de sábanas húmedas y sucias. Cuando protesta, el posadero lo mira sorprendido y le dice que ya lo sabe, pero que no tiene más; refunfuñando, nuestro viajero pasa la noche acurrucado en una silla, cubierto con su capote, sin poder conciliar el sueño porque las riñas de los jugadores y las pulgas lo mantienen despierto.

Casas de Diligencia desde 1830

   A su vez, Mathieu de Fossey asegura que hasta 1828 los albergues carecían de camas y los viajeros dormían en el suelo utilizando sus sarapes, sus ropas o, con suerte, un colchón.
   Para 1830 ya se habían establecido las Casas de La Diligencia por la ruta México-Veracruz, para atender a los viajeros que usaban ese medio de transporte, mejorando así los servicios de atención al turista, que incluían alojamiento y alimentación aceptables.

   Fuente: Margo Glantz. Viajes en México. Secretaría de Obras Públicas (1972).
   Imagen: De la página Temas Zacatecanos en Facebook.

1 comentario:

  1. Estos relatos me hacen recordar a mi abuelo materno Don Cipriano Carrillo Padilla, el fue un arriero y debio de haberse hospedado en alguno de estos mesones, el viajaba de Huejuquilla a la ciudad de Zacatecas asi como tambien a la ciudad de Durango.

    Gracias Javier por estas anecdotas tan ilustrantes. Salvador Falcon

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