En Mi primera mujer (1940) el escritor
campechano Juan de la Cabada cuenta lo sucedido a un leñador que habiéndose
casado con una mujer mayor que él, llamada Faustina, vivía contento con ella porque
le cumplía todos sus antojos, hasta los más extravagantes. Sin embargo, viendo
que uno de sus vecinos se daba gusto golpeando todos los días a su esposa, al
leñador le entró la idea de imitarlo, pero no hallaba motivo para golpear a
Faustina, porque simplemente ella no lo daba.
Tanto le inquietó
la idea de pegarle a su mujer que fue a pedirle consejo al vecino, y éste le
recomendó que comprara un kilo de carne y que le pidiera a su esposa la
preparara en cinco guisos diferentes. No lo hará –añadió el amigo- ya sea por
perezosa o porque no pueda, y ahí tendrás la primera ocasión para darle una
paliza. El leñador puso en práctica el consejo, pero inútilmente porque
Faustina le preparó los cinco guisos tal como los pedía.
Así por el
estilo, ensayó otros medios para enfadarla, y ninguno funcionó, hasta que un
día se acabó el trabajo del monte y la pareja se quedó en la miseria. El marido
tuvo que vender hasta el burro en que llevaba
la leña al pueblo. Fue entonces cuando zumbaron a su alrededor las indirectas y
los improperios: ¡Grandísimo holgazán!
¡Ya estoy cansada de ti!, gritaba Faustina, quien acabó por correrlo de la
casa: ¡Lárgate y no vuelvas!
Ahora sí hay
motivo para pegarle, pensó el leñador, pero vio que no era oportuno. Tomó su sombrero y se fue hasta
llegar a la orilla de un arroyo donde había un árbol con sombra. Ahí se sentó a
lamentar su desgracia.
En esto –dice- vi que venía un arriero. Las mulas de carga pasaron, pero la de silla
no quería pasar porque era bronca. El arriero sacó su cuarta y empezó a darle
de cuartazos, pero la mula, terca, pateaba y se revolvía en el mismo lugar sin
querer cruzar el agua. El arriero la tundió hasta que logró lo imposible: que la mula cruzara el
corriental. Yo, en vista de aquello, corrí tras del arriero:
-Oiga, amigo, le compro a usted esa
cuarta.
El arriero no
quería venderla porque la necesitaba para su mula cerrera. -¿Tú para qué la quieres?,
preguntó.
-Es para pegarle a mi mujer. He
mirado bien que ese animal que traes es muy bronco. Sin embargo, lo domaste, y
¿por qué yo no he de domar a mi mujer?
-¡Ah!, siendo para eso, amigo, te la
obsequio, dijo el
arriero.
El leñador
volvió a su casa con la cuarta sobre un brazo.
-¿Tan pronto regresas, grandísimo
gandul?, le dijo Faustina
al verlo.
El marido, sentándose
a descansar en una piedra, le pidió que como era la última vez que la
molestaba, le pusiera agua para bañarse. Diligente como era, la mujer al minuto
le avisó que estaba lista el agua.
–Bueno, ahora búscate una batea y ponme ahí
el agua, dijo el marido.
-¡Ah qué
caprichos tienes!, se quejó la mujer, pero lo hizo.
Todo
dispuesto, ordenó a Faustina que brincara de un lado a otro de la batea.
-¡Eso sí que nunca lo verás! ¡Es
demasiado!, contestó.
Al cabo –dice el protagonista de la historia- le descargué sólo un cuartazo, ¡uno solo!, y
sin aguardar a que repitiese yo, brincó la tarde entera, de un lado a otro de
la batea… Y hubiera seguido brincando siempre hasta la hora de la muerte, si de
rodillas y con lágrimas de arrepentimiento no le hubiese suplicado que parase.
Desde aquel
día –asegura- su mujer lo quiso más y más. Y pronto lo engancharon los
contratistas para el corte de caoba, de donde ganó lo suficiente para el sustento de su
casa, satisfecho de no parecer holgazán a los ojos de Faustina.
Imagen: De
la página Ameca Turístico en Facebook.
Fuente: Juan de la Cabada. Mi primera mujer en Paseo de
mentiras (1940).
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