Quinientos soldados de un ejército de caballería llegan a la
orilla de un caudaloso río que deben cruzar de inmediato; no pueden esperar a
que baje la corriente porque el tiempo es limitado y la columna necesita ser
puntual; el plan de ataque así lo exige. Detrás de los soldados vienen los
arrieros con todo el bagaje de la tropa. Ambos, soldados y muleros, atraviesan
con éxito el ancho y violento afluente, pero cada quien a su modo.
Cómo pasan el río los
soldados
Entre los soldados, unos cruzan montados y otros nadando. Quienes
confiesan no saber nadar, dicen que lo mejor es confiarse al caballo, pues que
los caballos son buenos nadadores y siempre salvan al jinete.
Los caballos, en cuanto meten las manos al agua, clavan las
orejas hacia adelante, encojen el cuello y resoplan desconfiados. Se arrojan al
sentir los talones en los ijares. Cuando el agua les cubre las costillas
completamente, comienzan a nadar, estirando el cuello para conservar a
descubierto boca y nariz.
A la otra orilla sale
ya un grupo de jinetes. De los caballos se miran apenas las cabezas, tendidas.
Se oyen los resoplidos de las bestias y por sus movimientos se conoce que no
alcanzan fondo. Los jinetes llevan el agua a la cintura y se escuchan los
gritos de quienes, más expertos o mejor montados, dan ánimo a los que corren
peligro: ¡No mires la corriente,
muchacho! ¡Mira para el monte, para el cielo! ¡Si miras al agua te mareas!
Otros soldados no se sienten seguros sobre la silla por temor de que el animal dé una voltereta y los
aplaste en la caída; han echado a fuerza de latigazos y gritos sus caballos,
los cuales, una vez en la corriente, siguen el rumbo marcado por los
delanteros. Esos hombres suben por la orilla, entre los breñales, y muy arriba
del vado se echan a nadar. Se les mira hundirse y emerger en el vaivén de los
jalones del río. Cuando se les viene encima un tronco, se sumergen o bracean
más rápidamente.
Cómo cruzan el río
los arrieros
Llegan luego los de la impedimenta: Es toda una recua cargada con cajas de parque, ametralladoras y
carabinas, al cuidado de varios arrieros. Las bestias son detenidas en la
orilla. Los arrieros les aprietan cinchas y pretales para que no vaya a
voltearse el bulto […] Algunos de los arrieros se quitan sus ropas, las cuales
colocan en el ala del sombrero, y, cogidos de las colas de las acémilas, van
tirados a merced del agua, como lagartos muertos. Otros se sientan en las ancas
de las mulas más fuertes. Algunas de las acémilas equivocan la dirección y son
disciplinadas a gritos de una fuerza irresistible.
Moraleja: No importa cómo se salva un obstáculo, importa hacerlo
a tiempo y bien.
Imagen: De la página Puente
De Camotlán La Yesca, Nay., en Facebook.
Fuente: Gregorio
López y Fuentes. Campamento (1931).
Gracias Javier este elato me hace recordar cuando era un niño y solia montar a caballo de vez en cuando.
ResponderEliminarSaludos
Me alegra que le haya gustado. De eso se trata, de recordar las cosas bonitas del pasado. Saludos.
ResponderEliminarExcelente relato, te engancha y te hace querer leer más ... me seguí hasta José Rubén Romero. Felicidades.
ResponderEliminarGracias Manuel, espero que estos relatos diviertan al lector, a la vez que hurgan en las raíces de nuestra amada patria. Un abrazo.
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