Los Bandidos de Río Frío (1888-1891), novela de Manuel Payno que
describe magistralmente costumbres y personajes populares de la primera mitad
del siglo XIX en México, ilustra la forma en que viajaban los ricos hacendados
de la época tanto en sus recorridos entre la capital mexicana y sus haciendas
como entre éstas y sus ranchos.
En viajes
largos, por lo general se transportaban en el llamado avío, consistente en un pesado coche de forma esférica, revestido
de su camisa blanca de lona, tres tiros de mulas para la remuda, un chinchorro
de mulas de lazo y reata para los equipajes y quince o veinte mozos armados de
machetes y tercerolas, vestidos de gamuza amarilla y en buenos caballos.
Llegados a
su destino, los ricos propietarios, pertenecientes muchos de ellos a la nobleza
mexicana, que por fuerza de costumbre sobrevivió algún tiempo a la
Independencia, caminaban de una a otra de sus haciendas y ranchos en carruajes
menos vistosos, pero bien pintados y lustrados.
Viaje de lujo a la Hacienda del Sauz
Sin embargo,
cuando querían impresionar a alguien, los poderosos terratenientes viajaban con
derroche de lujo. Éste fue el caso del marqués de Valle Alegre cuando pretendía
casarse con Mariana, hija del conde don Diego, propietario de la Hacienda del
Sauz.
En esa
ocasión el marqués llegó a la hacienda de su pariente, escoltado por 25
soldados, a bordo de su coche, una gran máquina esférica de color azul de
cielo, con sus armas en las portezuelas sostenidas por dos gruesas varas
doradas, dos enormes ruedas traseras y dos pequeñísimas delanteras.
Tiraban de
este pesadísimo carruaje, que parecía sacado de algunas caballerizas reales,
ocho mulas prietas, dos de tronco, cuatro de centro y dos de guía, gobernadas
por dos cocheros vestidos de rancheros pero de paño grueso oscuro. En ese coche
había hecho el marqués el camino, y aún algunas noches había dormido dentro de
él, prefiriéndolo a las malas posadas de los ranchos.
Al carro del
distinguido galán seguía el de las criadas, por el mismo estilo, pero de menos
lujo, y uncidas a éste había ocho mulas bayas, que en brío y carnes no eran
inferiores a las prietas.
De remuda
había ocho mulas retintas, pero lo más selecto, lo más valioso, era un tiro de
mulas blancas, añadidas al avío, que estaban
al cuidado de seis u ocho mozos bien montados y con sus reatas en los tientos.
La
retaguardia se formaba por un chinchorro de diez mulas, con sus respectivos arrieros,
sus aparejos nuevos, adornados con madroños de lana de colores, y en las atarrias (albardas) un letrero de paño
blanco sobre fondo rojo, que decía: Sirvo
a mi amo el marqués, y así daba vuelta engastando vistosamente las ancas
redondas de las mulas.
Adviértase
que, lejos aún del automóvil, aquellos hacendados no la pasaban mal…
Imagen: Coche de colleras. Litografía de Claudio Linati. 1828.
Fuente: Manuel Payno. Los Bandidos de Río Frío (1888-1891).
Fuente: Manuel Payno. Los Bandidos de Río Frío (1888-1891).
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