Sabido es
que el líder agrarista de México, Emiliano Zapata, fue arriero en su juventud,
pero lo que poco se sabe es que ya como revolucionario, habiendo conocido bien los
caminos del Estado de Morelos y sus
alrededores, el Caudillo del Sur se apoyó en los arrieros, sus antiguos
compañeros, para combatir a las tropas federales.
Así lo ilustra
el escritor veracruzano Gregorio López y Fuentes en su novela histórica Tierra (1932) cuando habla del coronel
Eusebio Jáuregui, quien al ser capturado por los carrancistas, enemigos de
Zapata, éstos lo reconocieron como espía
del zapatismo y hábilmente lo utilizaron para armar el complot que acabó con el
asesinato del jefe guerrillero. http://es.wikipedia.org/wiki/Emiliano_Zapata
Esto es
paradójico, porque los arrieros, que bien le sirvieron al Caudillo del Sur en
su ascenso como revolucionario, finalmente, sin proponérselo siquiera, sólo
como mensajeros contribuyeron a su ruina.
Resulta que Jáuregui,
como prisionero de Jesús Guajardo, fue objeto de especiales consideraciones por
parte de éste, hasta hacerle sentir que estaba dispuesto a pasarse al zapatismo,
lo que aprovechó Jáuregui para enviar mensajes a su jefe Zapata, a través de
conocidos arrieros, sobre la posibilidad de conseguir la adhesión del jefe
carrancista.
“La
respuesta no se hizo esperar”, dice Lópéz y Fuentes: “Otro arriero, arriando
tres burros cargados, trajo, dentro de un
bulto de carne seca, una carta para Guajardo y otro papel con
instrucciones para Jáuregui (de parte de Zapata). El mismo arriero se llevó la
respuesta”.
Hubo un
intercambio de comunicaciones, donde el traidor Guajardo se ganó la confianza
del jefe zapatista, y lo demás es historia: se concretó la cita fatal en la
Hacienda de Chinameca, Morelos, donde el Caudillo del Sur fue traicionado y
acribillado el 10 de abril de 1919.
Fuente: Gregorio López y Fuentes.
“Tierra” (1932)
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