En tiempos
de guerra no hay misericordia: el comercio, la industria, la agricultura, todo
desmerece, excepto el afán de matar gente y de destruir lo que se pueda. Así
ocurrió en tiempos de la Cristiada en México (1926-1929), cuando los atajos de
los arrieros prácticamente desaparecieron del paisaje en el Occidente del país,
donde “pegó” más fuerte esta revolución.
En su novela
histórica Los Cristeros (1937), José
Guadalupe de Anda refiere lo ocurrido con
la arriería y otros oficios durante la Guerra Santa: http://books.google.com.mx/books?id=3ED8ywkrZIIC&pg=PA377&lpg=PA377&dq=josé+guadalupe+de+anda&source=bl&ots=1jqh
“Y la llama
de la rebelión se extiende arrolladora por toda la región de Los Altos.
“Hasta la
gente de paz, hombres de buen sentido que no prestan oídos a las prédicas y
propaganda subversiva, cuando los dejan con los brazos cruzados, sin bueyes ni
semillas ni elementos con qué cultivar sus tierras, se ven obligados a
incorporarse a las huestes cristeras, antes que morirse de hambre o de ir a
mendigar a los pueblos…
“En los
sembrados que quedan abandonados duele ver cómo las robustas mazorcas se
inclinan hacia el surco, devolviendo a la tierra su generoso fruto, porque los
hombres que debieron recogerlo se fueron a la guerra.
“El
bullicioso cordón de los atajos, que jamás se cortaba, inyectando animación y
vida a la región, ha desaparecido.
“Si acaso,
una que otra recua de burros flacos y quejumbrosos, cargados con barañas de
leña, aparece conducida por viejos de cara atribulada que se santiguan al
tropezar con uno que otro colgado que pendulea
de las ramas de los árboles que bordean el camino…”
Fuente: José Guadalupe de Anda. “Los
Cristeros” (1937)
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