Entrada al Mesón de Jobito en Zacatecas.
Comparados con los modernos hoteles de lujo, los mesones
mexicanos de antaño dejaban mucho qué desear en materia de higiene y
comodidades. Creados para la convivencia
del hombre con las bestias, la mayoría de los mesones no mejoraron en nada el
ambiente de sus antecesoras, las ventas españolas, es decir, pisos sucios,
paredes pintarrajeadas con obscenidades y cuartos desnudos las más de las
veces, pero repletos de piojos, pulgas, mosquitos, chinches y demás bichos voladores
y rastreros.
El turismo, una novedad en el siglo XIX
Lo cierto es que en el tiempo de los mesones, que se prolongó hasta mediados del siglo XX (funcionaba
por lo menos un mesón en cada pueblo y decenas en las grandes ciudades),
tampoco había turismo exigente. La costumbre de viajar era todavía una novedad
en México a mediados del siglo XIX, y por lo mismo no existía infraestructura
de servicios para el viajero, excepto lo esencial para el descanso y
alimentación de los arrieros y sus recuas.
Cuando personas de mayor nivel económico y social tenían
necesidad de viajar, no se hospedaban en mesones, sino que habitualmente llegaban
a la casa de algún amigo, en tanto que los aristócratas poseían lujosas
mansiones en las grandes ciudades, además de haciendas provistas con todas las
comodidades de la época.
También
hubo posadas calificadas como excelentes
Tanto en tiempos de la Colonia como mucho después, también
hubo posadas calificadas como excelentes por los viajeros; entre otras, Joel R. Poinsett describe la ubicada antes de
la Guerra de Independencia en Arroyo Seco, por el camino de México a Querétaro;
ésta fue incendiada durante la insurrección, aunque conservó algunos buenos
aposentos, entre ellos el del posadero.
Pero en general, dice Poinsett, los cuartos de los mesones
que recorrió eran tristes e incómodos, paredes que una vez fueron blancas,
pisos de tierra, una tosca mesa de pino con las patas enterradas en el suelo,
una banca del mismo material y factura fijada de igual modo, inamovibles las
dos, quizás para que los viajeros no se las llevaran de recuerdo.
Por su parte, en Veracruz, William Bullock no encuentra para
alojarse más que un cuarto inmundo con un agujero, llamado pomposamente
ventana, que da a una sala de billar y que posee por todo mobiliario una silla
y una cama cubierta de sábanas húmedas y sucias. Cuando protesta, el posadero
lo mira sorprendido y le dice que ya lo sabe, pero que no tiene más;
refunfuñando, nuestro viajero pasa la noche acurrucado en una silla, cubierto
con su capote, sin poder conciliar el sueño porque las riñas de los jugadores y
las pulgas lo mantienen despierto.
Casas de
Diligencia desde 1830
A su vez, Mathieu de Fossey asegura que hasta 1828 los
albergues carecían de camas y los viajeros dormían en el suelo utilizando sus
sarapes, sus ropas o, con suerte, un colchón.
Para 1830 ya se habían establecido las Casas de La Diligencia
por la ruta México-Veracruz, para atender a los viajeros que usaban ese medio
de transporte, mejorando así los servicios de atención al turista, que incluían
alojamiento y alimentación aceptables.
Fuente:
Margo Glantz. Viajes en México.
Secretaría de Obras Públicas (1972).
Imagen: De la página Temas Zacatecanos en Facebook.