Entre los
viajeros extranjeros que dan testimonio sobre la arriería del siglo XIX en
México destaca el capitán George Francis Lyon (1795-1832), de la Marina Real
Inglesa, quien llegó comisionado a este país en 1826 por las compañías mineras
Real del Monte y Bolaños. En esa época, México recién había ganado su
independencia de España, en tanto que Inglaterra buscaba su expansión comercial.
Alejado de
la alta sociedad e interesado sobre todo en el aspecto humano, G.F. Lyon recorrió
extensamente el territorio nacional a caballo y en mula, hospedándose en sucios
y pobres mesones de arrieros. Sobre su viaje de ocho meses escribió un diario (Residencia en México, 1826), donde deja
testimonio de lo que vio. Ahí hace un amplio reconocimiento a los arrieros mexicanos:
“Los
arrieros o muleteros son el equivalente de los rancheros, pero su modo de vida
es muy peculiar y sufrido, ya que en sus viajes constantes, sea que viajen en
las quemantes tierras bajas, o en las más elevadas, frías y neblinosas regiones
de la gran cordillera, raramente duermen bajo techo; habiendo cocinado su comida tan frugal cerca
del cargamento a su cuidado, se acuestan entre el equipaje de sus mulas,
guarecidos de la lluvia por una pieza de áspero petate o de lona. Mientras
tanto, las mulas se ponen aparte a pastar bajo el cuidado de uno de los de la
caravana, que las acompaña durante toda la noche; al romper el alba media
docena de arrieros comenzará a trabajar, y en dos horas ensillará y asegurará
la carga de cincuenta o sesenta de estos útiles animales.
“La
proverbial honradez de los arrieros mexicanos es inigualada hasta el día de
hoy; y con muy pocas excepciones, resistió la prueba de los recientes
disturbios. Muchos de ellos se enorgullecen de su vocación, la que a menudo es
hereditaria; y hombres de grandes propiedades se hallan transportando
mercancías a través del país en sus propias mulas. Confieso que de todos los
nativos de México, los arrieros son mis favoritos. Siempre los hallé atentos,
muy corteses, serviciales, alegres, y totalmente honestos: y su condición en
este último aspecto puede estimarse mejor de conocerse el hecho de que miles y
aún millones de dólares han sido confiados a su cargo frecuentemente, y que
ellos en muchas ocasiones han defendido, con riesgo de sus vidas, contra esas
bandas de ladrones que el gobierno local ha dispersado con buen resultado. La
vida variada que llevan los arrieros les da una agudeza mayor que la que poseen
sus paisanos y su conocimiento de hombres y lugares les infunde una liberalidad
de sentimientos muy rara en la Nueva España”.
Fragmento de “Residencia en México,
1826”. G.F. Lyon
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