viernes, 18 de mayo de 2012

La clientela de arrierías


“El calmoso paso de los burros; la servicial paciencia y el ingenio decidor, cantador, de los arrieros; los largos intervalos propicios al descanso, tenían ciertamente formas de satisfacción, que compensaban la tardanza y concertaban con el estilo lento de la comodidad lugareña, desbordada en caminos y mesones.
“La dotación corriente para el viaje se componía de maletas –hechas con lona o manta-, en estilo de camisas, donde se acomodaba la ropa, los encargos y regalitos; cobijas dispuestas a ser usadas en la travesía, como súbito abrigo contra las tormentas y rigores del tiempo, como tapetes de descanso en sesteos y paradas, y aun como lechos, en ofrecidos y no extraordinarios casos, pues era cosa bien sabida las condiciones de suciedad que privaban en las posadas, haciendo preferible dormir en el suelo, sobre los aparejos del hatajo; por esto se llevaban también almohadas y sábanas; bien medido para que abasteciera toda contingencia, en el viático no podían faltar el pan y el chocolate; subsidiariamente, queso, cecina, carnitas, huevos, longaniza y chorizos; las familias iban provistas de menaje para cocinar: una lámpara de alcohol, ollas, jarros, platos, cucharas.
“Los hombres viajaban, por lo común, sobre el aparejo, cubierto con la cobija del propio peregrino; sólo excepcionalmente podía disponerse de burros ensillados, tan excepcionalmente como de albardones para las mujeres, que de ordinario iban en camucas, compuestas con almohadas. Los niños eran acomodados en bancos invertidos, con sombras de sábanas sostenidas en varas de membrillo.
“Esta clientela de arrierías no usaba traje de montar, ni más prenda que sombreros propios para defenderse del sol y, acaso, las mujeres, paraguas o sombrillas, que acababan por estorbarles y precipitar sustos y caídas al suelo.
“La caravana formaba una familia con los vecinos y aun con los extraños que la componían, sin diferencia de clases, todos a servirse mutuamente, compartiendo bastimentos, penalidades y alegrías: verdadera escuela de solidaridad, mantenida por la virtud cardinal de la gente de Yahualica: el desinterés en servir con empeño al que lo ha menester”.
Fragmento de “Yahualica”. Agustín Yáñez (1946).

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