Cuentan
que Francisco Velarde, famoso hacendado jalisciense del siglo XIX, mejor
conocido como “El Burro de Oro”, era tan rico que muchas veces llegó a comprar
mulas de sus propias recuas, porque simplemente ignoraba que fueran suyas. Este
personaje poseía una enorme hacienda en La Barca, Jal., pero vivía en el centro
de Guadalajara, precisamente en el palacio que hoy ocupa el Congreso del Estado.
El
caso es que este acaudalado caballero, en uno de sus frecuentes viajes a
Guadalajara “se encontró con una recua de cincuenta magníficas mulas, todas
ellas alazanas; encantado por aquel hermoso conjunto se encaró con el que la
hacía de jefe y trató de comprarlas, mas el arriero, a pesar de las tentadoras
ofertas, se negaba a venderlas; molesto Velarde, le preguntó por el dueño de
las mulas, a lo que el arriero contestó ´pos la mera verdá, mi amo, yo no sé
cómo se llama mi patrón, sólo sé decirle que lo conocemos como El Burro de Oro´,
lo que ocasionó una fuerte carcajada del patrón y que el atribulado arriero
recibiera un montón de pesos fuertes”.
(Gracias a Carmen Libertad Vera, la “Diablina
Monina”, por enviarme el documento “Mulas, hatajos y arrieros en el Michoacán
del siglo XIX”, de Gerardo Sánchez, donde recuerda esta interesante anécdota).
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