Cliente de arrieros humildes que a lomo de burro lo llevaron
por tierras fragosas, bajo toda inclemencia, en días lluviosos, parando en
hospedajes míseros, atravesando regiones y villorrios desolados, el viaje halló
término a la cuarta jornada, en anocheciendo. ¡Qué oscuro pueblo de sombras
escabullidas, de puertas cerradas, de olor y aire misteriosos! ¡Pueblo de
oscuridad y silencio, que aplastaba el ánimo del recién llegado! Campanadas de monotonía le
golpearon las sienes. Jaqueca cruel. Ganas de llorar. Un arriero le ofrece su
casa para guardar los avíos mientras el señor cura ordene otra cosa. Miserable
casa oscurecida, tirada. Mujer, niños harapientos que lloriquean. Gruñen por
allí los cerdos. Cacarean somnolientas gallinas. El aire irrespirable. Amenaza
tormenta. Quién sabe si ni lleguen al curato antes de que comience a llover.
Relámpagos ininterrumpidos. Viento desatado. Será una “culebra”. Goterones.
Carreras. El oscurecido curato…
Fragmento de “Al Filo
del Agua”. Agustín Yáñez (1947)
Hola Javier
ResponderEliminarMe recordó bastante a una anécdota de mi mamá, cuando era una jovencita recién egresada de la Normal e iniciándose como maestra rural: así le tocó llegar a un pueblito, de un puñado de casas dispersas, a lomos de caballo (¿o era burro?), después de muchas horas de camino y anocheciendo, para quedarse en una humilde casita sin puerta.
No podía dormir porque temía a que alguien entrara en cualquier momento, y recuerdo que contaba que en la cama de otate (carrizo de caña), dormían los más pequeños para evitar las alimañas, mientras que los niños más grandecitos, tenían su petate debajo de dicha cama...
Un abrazo
Así es, Mayra. Un viejo arriero de Colotlán, Jal., me comentó hace más de 20 años que él se especializaba en transportar gente, además de mercancía, y que muchas veces llevó maestras de las ciudades a pueblos remotos. No había entonces otro medio de transporte que las arrierías. "Tiempos aquellos...", como dijera Renato Leduc. Un abrazo.
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