Entre los hábitos negativos más curiosos que
conserva la arrieril historia se encuentra la de aquellos animales conocidos
como zorreros, que consistía en que al estarlos cinchando o fajando inflaban la
panza tanto que al ponerse a caminar y recobrar su volumen normal, la tarria
que los abarcaba se volvía floja, se movía el aparejo y se producía la cómica
estampa de una mula zorrera con los tercios colgándole por los flancos.
Claro que a esta maña también se le encontró
remedio, pues “para uno que madruga hay otro que no se acuesta”, o igual,
“cuando tú vas, yo ya vengo”, y la solución consistía en que cuando los
arrieros estaban ya listos para cinchar, y la mula zorrera inflaba su inmensa
panza, uno de ellos le daba con una vara un fuerte piquete en las verijas; el
animal, ante el inesperado estímulo, emitía un cavernoso pujido y frunciendo la
barriga echaba fuera el aire, momento que aprovechaban los hombres para
retrincarle la tarria a su máximo, lo cual ciertamente no era aconsejable en
una bestia normal.
Además, los arrieros demostraban con hechos su
principio de que “pa’ todo tumor hay cataplasmas, sabiéndolas aplicar”. Otra
mala costumbre, cuando algún animal por cualquier motivo o simple euforia
primaveral se soltaba salta que salta, tratando de quitarse los fardos, bastaba
con poner entre los tercios un sobornal con carga de tierra, que sirviéndole de
lenitivo a su euforia le hacía dedicarse a lo suyo, que era caminar y caminar
únicamente.
Fragmento de “Trilogía Histórica
de Colima”. Roberto Urzúa Orozco (1986).
No hay comentarios:
Publicar un comentario