- -Yo
no tengo otra, pues apenas aprendí a hacer patas de mosca en la escuela, mi
padre, arriero como yo, me dijo: piedra que rueda no echa lama, y me puso de guión
en una recua. Todo lo demás lo he aprendido subiendo y bajando por estos
caminos. Y, como dice la canción, le voy a contar un cuento para que de mí se
acuerde:
Cuando iba a salir, arreando ya mis dos primeras mulas, mi padre,
echándome la bendición, me aconsejó: ¡Cuídate siempre de un cojo y de un calvo!
Una vez, allá por el lado de Jilitla, me llegué a una trastienda y le dije al
hombre que estaba detrás del mostrador: guárdeme, amigo, este morralito con
esos doscientos trompudos… ¡Nada menos que la venta de toda mi mercancía!
Cuando quise recoger mi dinero, el hombre me contestó no haber recibido nada.
¡Y fui viendo que era cojo!
Otro arriero, hombre de experiencia, a quien le conté mi desgracia, me
dijo: no tengas cuidado, muchacho. Y se fue a la misma tienda. Al llegar, le
dijo al cojo: amigo, un sobrino mío le dejó a guardar ayer un morral con
doscientos pesos y ahora yo quiero poner en el mismo lugar cien pesos más, pues
quién mejor que usted para guardar nuestro dinero, ¡el comerciante más honrado
del pueblo!
Tal vez el ladrón se dijo que en lugar de doscientos pesos, bien podía
quedarse con trescientos, y fue por el morral. Pero cuando mi amigo lo tuvo en
las manos, en vez de agregar su dinero, se alejó un poco del mostrador, y antes
de dar la media vuelta le gritó:
-
-¡Usted
es cojo, pero yo soy calvo!
El otro se quedó abriendo la boca.
Fragmento de “Arrieros”. Gregorio
López y Fuentes (1944).
Me encanta la gente que no tiene un pelo de tonto.
ResponderEliminarUn fuerte abrazo.
Cuando leí ese cuento me acordé de algunos que efectivamente no tienen un pelo de tontos.
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