El
conquistador Hernán Cortés introdujo en 1519 al hoy territorio mexicano los
primeros 16 caballos, entre ellos cinco yeguas, que iniciaron la fecunda
producción equina del país, ¿pero qué clase de caballos eran éstos?, ¿cuáles
sus características?, ¿de dónde venían?, ¿en qué condiciones llegaron?,
¿quiénes los montaban y qué impresión causaron a los indios?
Bernal Díaz
del Castillo, historiador de la Conquista, da cabal respuesta a estas preguntas,
y no extraña que informe de ello con el mayor detalle, sabiendo que aquellos
conquistadores tenían en muy alta estima a los caballos, a los que consideraban
compañeros de aventura, al grado de pregonar que después de Dios, a ellos les debemos la victoria.
Muy escasos y caros, los caballos de aquel
tiempo
Informa el
cronista que estos primeros equinos fueron adquiridos en La Habana y si no
trajeron más fue porque en aquella
ocasión no se podía hallar caballos ni negros si no era a precio de oro.
Dice también
que luego de dos semanas de viaje marítimo, al tocar tierra en la boca del Río
Tabasco, lo primero que hicimos fue
desembarcarlos, pero llegaron tan
entumecidos que escasamente podían mantenerse en pie, y de inmediato debió dejárseles
en libertad para que pastaran. Tan importantes eran que a sólo 30 españoles
se les confiaba su cuidado. El propio Bernal admite que al resultar heridos los curamos con grasa de los indios muertos.
Grande fue
la impresión que los briosos corceles causaron a los aborígenes. De hecho, el éxito
de la Conquista se debió en buena medida a que éstos vieron en el caballo y el
hombre una sola y terrible unidad.
Los caballos, las yeguas y sus
respectivos jinetes
El capitán
Cortés, un castaño zaino; Cristóbal de
Olid, un castaño oscuro, harto bueno; Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un
alazán tostado no bueno para cosa de
guerra; Francisco de Morla, un castaño oscuro, gran corredor y revuelto; Juan de Escalante, un castaño claro, tresalbo,
no fue bueno; Gonzalo Domínguez, otro
castaño oscuro muy bueno y gran corredor; Pedro González Trujillo, un
castaño que corría muy bien; Morón, un overo labrado
de las manos y bien revuelto; Baena, otro overo, algo morcillo, no salió bueno para cosa ninguna; Lares,
un castaño algo claro, buen corredor;
Ortíz El Músico y Bartolomé García,
un oscuro llamado El Arriero. Éste
fue uno de los mejores caballos de la expedición, que más tarde pasó a manos de
Cortés.
Las yeguas:
Pedro de
Alvarado y Hernán López de Ávila, una alazana de juego y de carrera; Alonso Hernández Puertocarrero, una rucia de buena carrera; Juan Velázquez de
León, una rucia muy poderosa llamada La
Rabona, muy revuelta y de buena
carrera; Diego de Ordaz, otra rucia, machorra,
pasadera, aunque corría poco, y Juan
Sedeño, una castaña que parió en el
navío.
Se multiplicaron hasta formar manadas
semisalvajes
Durante la
Conquista y después de ella siguieron llegando a Nueva España caballos
procedentes de Cuba, Jamaica y Santo Domingo, principalmente, lo que permitió
su rápida multiplicación. Bastaron unas cuantas décadas para que aparecieran en
estado semisalvaje en diversas regiones del país.
Artículo relacionado: http://arrierosdemexico.blogspot.mx/2013/06/los-caballos-de-nueva-espana.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario