viernes, 5 de julio de 2013

Los caballos de la Conquista


   El conquistador Hernán Cortés introdujo en 1519 al hoy territorio mexicano los primeros 16 caballos, entre ellos cinco yeguas, que iniciaron la fecunda producción equina del país, ¿pero qué clase de caballos eran éstos?, ¿cuáles sus características?, ¿de dónde venían?, ¿en qué condiciones llegaron?, ¿quiénes los montaban y qué impresión causaron a los indios?
   Bernal Díaz del Castillo, historiador de la Conquista, da cabal respuesta a estas preguntas, y no extraña que informe de ello con el mayor detalle, sabiendo que aquellos conquistadores tenían en muy alta estima a los caballos, a los que consideraban compañeros de aventura, al grado de pregonar que después de Dios, a ellos les debemos la victoria.

Muy escasos y caros, los caballos de aquel tiempo

   Informa el cronista que estos primeros equinos fueron adquiridos en La Habana y si no trajeron más fue porque en aquella ocasión no se podía hallar caballos ni negros si no era a precio de oro.
   Dice también que luego de dos semanas de viaje marítimo, al tocar tierra en la boca del Río Tabasco, lo primero que hicimos fue desembarcarlos, pero llegaron tan entumecidos que escasamente podían mantenerse en pie, y de inmediato debió dejárseles en libertad para que pastaran. Tan importantes eran que a sólo 30 españoles se les confiaba su cuidado. El propio Bernal admite que al resultar heridos los curamos con grasa de los indios muertos.
   Grande fue la impresión que los briosos corceles causaron a los aborígenes. De hecho, el éxito de la Conquista se debió en buena medida a que éstos vieron en el caballo y el hombre una sola y terrible unidad.

Los caballos, las yeguas y sus respectivos jinetes

   El capitán Cortés, un castaño zaino;  Cristóbal de Olid, un castaño oscuro, harto bueno;  Francisco de Montejo y Alonso de Ávila, un alazán tostado no bueno para cosa de guerra; Francisco de Morla, un castaño oscuro, gran corredor y revuelto; Juan de Escalante, un castaño claro, tresalbo, no fue bueno; Gonzalo Domínguez, otro castaño oscuro muy bueno y gran corredor; Pedro González Trujillo, un castaño que corría muy bien; Morón,  un overo labrado de las manos y bien revuelto; Baena, otro overo, algo morcillo, no salió bueno para cosa ninguna; Lares, un castaño algo claro, buen corredor; Ortíz El Músico y Bartolomé García, un oscuro llamado El Arriero. Éste fue uno de los mejores caballos de la expedición, que más tarde pasó a manos de Cortés.

   Las yeguas:

   Pedro de Alvarado y Hernán López de Ávila, una alazana de juego y de carrera; Alonso Hernández Puertocarrero, una rucia de buena carrera; Juan Velázquez de León, una rucia muy poderosa llamada La Rabona, muy revuelta y de buena carrera; Diego de Ordaz, otra rucia, machorra, pasadera, aunque corría poco, y Juan Sedeño, una castaña que parió en el navío.

Se multiplicaron hasta formar manadas semisalvajes

   Durante la Conquista y después de ella siguieron llegando a Nueva España caballos procedentes de Cuba, Jamaica y Santo Domingo, principalmente, lo que permitió su rápida multiplicación. Bastaron unas cuantas décadas para que aparecieran en estado semisalvaje en diversas regiones del país.

   Obras consultadas: Bernal Díaz del Castillo. Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, escrita en 1568. Robert B. Cunninghame Graham. Los caballos de la conquista. Buenos Aires. 1946. Imagen: Acuarela de Enrique Castell Capurro en Los caballos de la conquista.
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