viernes, 4 de enero de 2013

Lo que aconteció a un aventurero andaluz

Mapa de la Nueva España. Anónimo del siglo XVII.

En El hombre de la situación (1861), Manuel Payno habla de un joven andaluz llamado Fulgencio García, que como otros muchos aventureros de tiempos de la Colonia, vino a la Nueva España con el afán de hacer fortuna de la noche a la mañana, pues le habían dicho que aquí abundaba el oro como en España las piedras. Con esta feliz idea arribó al Puerto de Veracruz y se encaminó, según él, a la Ciudad de México, pero habiendo emprendido el viaje solo y a pie, se extravió y pidió ayuda a unos arrieros que transportaban aguardiente.
Desde el primer momento, Fulgencio empezó a fanfarronear, ostentándose como descendiente directo del emperador Julio César y amigo del virrey. El mayordomo de los arrieros, llamado Marcelo, se echó a reír y mandó traer una mula que venía sin carga para montar a Fulgencio. En el camino los arrieros se divertían escuchando las historias del andaluz, que no cesaba de presumir su valor y nobleza.
Cerca de Puebla, Fulgencio le dijo a Marcelo que ya era hora de arreglar cuentas. Marcelo creyó que el muchacho quería pagarle el flete de la mula en que había caminado y la comida de que había participado, pero como jamás fue su intención cobrarle nada, le volteó la espalda con desenfado: “¿Qué cuentas hemos de arreglar, Fulgencio? No es nada, pues estamos acostumbrados a esto los que hacemos viajes de México a Veracruz”.
-¡Cómo! Explíquese bien, tío Marcelo. ¿Con que se acostumbra en la India no pagá el trabajo? Diga, diga, sin andarse con delicadeza, ¿cuánto reale me debe?
Marcelo volvió la cara lleno de asombro: ¿Cómo?, ¿qué dices, Fulgencio?, le preguntó.
-Lo dicho, tío Marcelo: ¿cuánto reale me ha de pagá?...
-¿Yo pagarte?, interrumpió Marcelo.
-¡Clarito! ¿Pue cuánto vengo yo ganando por venir enroquetao en el mulo?
-¡Tuno  bribón!, dijo Marcelo. Mira, no te doy de palos porque sé que eres andaluz y, como todos ellos, desagradecido y papalón. Pero ahora mismo te marchas de aquí. ¡Largo, largo antes que yo haga una de las mías!
Fulgencio vio tan enojado y decidido al arriero, que cargó su maleta y echó a andar por el camino real. -¡Canalla de indio y de negro! Con toíta razón son eclavo –dijo en cuanto se alejó un poco […] Depué que le he hecho el favor de caminar en su mula, no me ha querido pagá y me ha robao el indino.
En Tlaxcala, Fulgencio se quejó de que lo habían robado unos arrieros, pero el alcalde respondió: “¡Imposible! ¡Si es la gente más honrada de todo el reino! Conducen dinero, alhajas y toda clase de efectos muy valiosos y en cuarenta años que hace que resido en el país, no he oído decir que los arrieros se hayan robado una sola hebra de seda.
Fulgencio insistió en que había trabajado y que no le habían pagado.
-¿En qué has trabajado?, le preguntó el alcalde.
-En venir encima del mulo, respondió el andaluz.
El alcalde rió de buena gana ante semejante ocurrencia, y sólo por compasión no lo metió a la cárcel ni lo mandó azotar por calumniador y embustero.

Este es un cuento, claro está, pero no deja de ser significativo que desde la época colonial se destaque ya la generosidad de los arrieros y su calidad como la gente de mayor confianza y seguridad en México.
Fuera de cuentos, si el apreciable lector desea mayor información sobre la arriería en la Nueva España le recomiendo el siguiente artículo:
http://suite101.net/article/auge-y-ocaso-de-la-arrieria-en-mexico-a40469#axzz2Gz0JrBjO

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