Pasan
los siglos y México sigue haciendo honor a su larga tradición argentífera. Hoy
se mantiene como primer productor mundial de plata, con 4.500 toneladas
anuales, solo que el preciado metal ya no se usa tan indiscriminadamente como
en el pasado, cuando llegó a utilizarse hasta en bacines; y no se fabricaron
con él barrotes de ventanas, por temor de las autoridades (ni siquiera de los
dueños) a que los ladrones se los llevaran.
En
su libro “Los Almada y Álamos. 1783-1867”, el escritor norteamericano Albert
Stagg habla del lujo argentífero que solían tener en el siglo antepasado las
familias prominentes de Álamos, Sonora, http://es.wikipedia.org/wiki/%C3%81lamos_(Sonora), particularmente los Almada, que llegaron a ese rico
mineral en 1783, provenientes de España, para convertirse en una de las
familias mineras más poderosas del Estado.
Stagg
reproduce en su libro una carta de la señora Karam, de Arizona, quien anota
reminiscencias de su abuela Isabel Almada, nacida en 1833:
“Las barras de plata eran traídas de las
minas en los lomos de mulas y almacenadas en un enorme cuarto de la casa
grande. Allí eran amontonadas hilera tras hilera… en las comidas toda la
familia se sentaba a una larga mesa y toda la vajilla era de plata, hasta las
tazas y platillos y vasos para beber. A medida que pasaban los años, con el
uso, los platos estaban todos abollados, y mi abuela y su hermana los odiaban.
Anhelaban tener platos de loza o por lo menos vasos para tomar como tenían las
otras familias, pero su padre no escucharía nada al respecto. Cuando a un
sirviente se le caía un plato exclamaba: “Dos reales a la bolsa.” Pues si
hubiera sido de loza, se hubiera quebrado. Un día mi abuela de algún modo se
hizo de un pequeño vaso y lo conservaba escondido en su recámara como algo
precioso. Decía que las jarras y jofainas en sus recámaras también eran de
plata. Todas las jarras tenían grabados sus nombres. El de ella decía : Soy de
mi dueña Isabel Almada [...] Una vez su padre quiso poner barras de plata en
las ventanas en lugar de las de fierro, pero las autoridades lo detuvieron
porque los ladrones se las podrían llevar. En esos días no había bancos y
supongo que el querido viejo tenía tanta plata que no sabía qué hacer con ella.”
Sobre
las “conductas” de metal precioso de Sonora a la capital mexicana, dice el mismo
autor:
“Ya con la marca de buena calidad de la
oficina de ensaye en Álamos, debían ser transportadas [las barras de plata] a la ciudad de México
vía Guadalajara, por la conducta, la recua de mulas que salía para el sur dos
veces al año. Una carga de mula constituía dos barras que pesaban 45 kilos cada
una, atadas una a cada lado del aparejo. Hasta ochocientas mulas con sus
arrieros y unos cien guardias armados estarían en camino durante varias semanas
con una carga que valía más de un millón de pesos. A principios de enero y otra
vez en julio la conducta hacía el viaje de quinientas leguas a la capital con
toda la plata procesada en Sonora durante los seis meses anteriores. De la
ciudad de México otra conducta tenía la responsabilidad de llevar la plata a
Veracruz para ser embarcada a Europa...”
Muchos
y muy antiguos son los caminos de la plata que transitaron los arrieros desde
el Siglo XVI en México; el de Álamos es apenas uno de ellos. Sobre los primeros
caminos en el Occidente del país recomiendo al lector el siguiente enlace:
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