El de aguador, encargado de llevar agua desde las fuentes públicas a las casas de los ricos, es uno de los muchos oficios que en su función de transportistas desarrollaron durante siglos los arrieros mexicanos, antes de que se construyeran las modernas redes de agua potable que abastecen hoy a las ciudades, y antes también de que aparecieran las embotelladoras que en camiones especialmente acondicionados hacen llegar a los hogares el líquido vital.
Sobre este
particular, Los mexicanos pintados por sí mismos, obra escrita en 1854 por una
Sociedad de Literatos, dice que el
modo de transportar el artículo de su comercio no es igual en todas partes: hay
ciertos provincialismos muy notables. En otros lugares de la república (se
refiere a sitios alejados de la Ciudad de México) tercia en sus hombros un timón encorvado con dos canaladuras en sus
extremos, adonde cuelga con dos cuerdas dos cántaros de igual tamaño para poder
caminar equilibrado con el peso. En Guanajuato tiene el aguador un cofrade, un
burro sobre el cual carga sus garrafas. En Querétaro lleva cuatro cántaros en
una carreta de una rueda y cuatro pies; pero sea como fuere marcha rápido a
hacer sus entregas.
Acerca del
cargador de agua en la Ciudad de México
escribió también el naturalista alemán Carl
Christian Sartorius en su obra México.
Paisajes y Bosquejos Populares (1855). Lo describe así:
El aguador es la persona de confianza
en las casas de sus clientes; el portero conversa con él, la cocinera le
reserva una rebanada de carne, la ayudante de cocina y la recamarera tienen una
magnífica opinión de su persona; los niños de la casa lo quieren y hasta la
señora lo consulta cuando desea cambiar una de las sirvientas o contratar un mozo,
sobre todo lo que pasa en la ciudad y puede dar incluso amplia información de
lo que ocurre en el seno de las familias. Más de una nota perfumada le ha sido
confiada, más de una recamarera bonitilla le da órdenes de viva voz. Pero jamás
abusa de la confianza y defiende la reputación inmaculada de sus clientes.
Asimismo, Émile Chabrand, en su libro De Barceloneta a la República Mexicana
(1892) se refiere también a los aguadores señalando que su pecho está aprisionado por una gruesa coraza de cuero. Porta además
un mandil del mismo material, en el frente, sobre los muslos y las piernas, y
otro semejante por detrás. Calza huaraches y su cabeza la recubre con algo
parecido a una gorra semiesférica, con visera, todo de cuero grosero y tan
sólido como el yelmo de un caballero. Dos correas pasan sobre este casco: una
se apoya en la frente y la otra en la parte alta del cráneo. De la primera está
suspendida una gran ánfora, cuyo fondo descansa sobre un travesaño de su mandil
trasero debajo de los riñones, y de la segunda, la gran olla que le cuelga
frente al vientre.
Soportando de esta guisa su doble
carga con la cabeza, tal como un buey que tira del yugo, el aguador trota todo
el día, curvado bajo el aplastante peso de sus grandes recipientes de barro
cocido llenos de agua […]
La reunión de los aguadores en torno
de las fuentes públicas, provistas de sus cántaros de barro cocido vidriado y
brillante, su armadura o aparejo de cuero, su tipo muy acentuado y con sus
actitudes y movimientos tan característicos, y en medio de ellos el ir y venir
de las jóvenes y bonitas muchachas del pueblo, alegres y risueñas, que vienen a
aprovisionarse de agua en las desbordantes piletas, todo contribuye a hacer de
cada esquina y de cada encrucijada menor de calles, un cuadro divertido y
pintoresco.
Hasta aquí
la cita de Émile Chabrand, nacido en 1850 en Barceloneta, Francia.
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