Los arrieros
desarrollaron diversas especialidades en función de los principales productos y
consumos de las regiones donde traficaban. Hubo así arrieros mineros, salineros,
madereros, cañeros, tequileros, hueveros, polleros, aguadores y neveros (que llevaban
nieve de las más altas montañas para el consumo de las ciudades), y además los
dedicados al transporte de personas y de correos, así como al arreo de ganado mayor
y menor desde remotos lugares.
En su novela
Nieves (1887) el escritor jalisciense
José López Portillo y Rojas (1850-1923) hace una
interesante referencia a los arrieros tequileros, que desde las fábricas de Tequila,
en Jalisco, http://es.wikipedia.org/wiki/Tequila_(Jalisco) transportaban el producto a lomo de
mula o de asno a los pueblos del mismo Estado y a entidades vecinas como
Nayarit, Colima, Michoacán, Guanajuato, Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas,
y muy al Norte, hasta Durango:
La fábrica de aguardiente de mi
abuelo es una vasta construcción que se halla a un extremo del pueblo, al otro
lado del Arroyo de La Tuba, así llamado porque arrastra los bagazos del mezcal
beneficiado y los desperdicios de las tabernas. Las emanaciones de la corriente
son de un olor especial y contribuyen a dar originalidad al lugar. Tequila
huele a tuba, como Atotonilco a jazmines.
Mis primos continuaron por algún
tiempo, aunque en pequeña escala, el giro de mi abuelo. En su compañía fui a
visitar la antigua fábrica. Recorrí su interior, deteniéndome a cada momento
para considerar con tristeza los estragos del tiempo, y la soledad y silencio
que por donde quiera reinaban. Los patios y corrales, ahora desiertos, un
tiempo se mostraron llenos de bulliciosa mulada perteneciente a los diversos
atajos que conducían el producto a los pueblos del Estado, a San Luis Potosí y
a Zacatecas, puntos con los cuales mi abuelo llevaba un comercio activo. Las trojes antes henchidas de maíz, mirábanse
vacías y ruinosas; las pilas, secas y aterradas, no daban a beber a aquella
multitud de mulas y caballos que
poco ha todavía ocurrían a ellas a mitigar la sed, después de haber comido
abundante maíz en los pesebres. Nada de aquella turba de incansables arrieros
que con pechera de cuero y tapa-ojos mular al brazo, bullían por todas partes
aparejando las mulas, echando los barriles sobre sus lomos y arriándolas con
voces, azotes y silbidos; nada de aquel constante trajín, de aquel incansable
ir y venir de trabajadores y compradores, con que resonaba el vasto edificio.
Mis primos me veían con rostro
melancólico, y comprendiendo lo que pensaba en mi interior se limitaban a
decirme en son de disculpa:
-¡Qué quieres!, nosotros somos pobres
y mantenemos el negocio como podemos.
Hasta aquí
la referencia de López Portillo sobre los arrieros
tequileros.
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