viernes, 23 de noviembre de 2012

Los arrieros de Tequila


Los arrieros desarrollaron diversas especialidades en función de los principales productos y consumos de las regiones donde traficaban. Hubo así arrieros mineros, salineros, madereros, cañeros, tequileros, hueveros, polleros, aguadores y neveros (que llevaban nieve de las más altas montañas para el consumo de las ciudades), y además los dedicados al transporte de personas y de correos, así como al arreo de ganado mayor y menor desde remotos lugares.
En su novela Nieves (1887) el escritor jalisciense José López Portillo y Rojas (1850-1923) hace una interesante referencia a los arrieros tequileros, que desde las fábricas de Tequila, en Jalisco, http://es.wikipedia.org/wiki/Tequila_(Jalisco) transportaban el producto a lomo de mula o de asno a los pueblos del mismo Estado y a entidades vecinas como Nayarit, Colima, Michoacán, Guanajuato, Aguascalientes, San Luis Potosí, Zacatecas, y muy al Norte, hasta Durango:
La fábrica de aguardiente de mi abuelo es una vasta construcción que se halla a un extremo del pueblo, al otro lado del Arroyo de La Tuba, así llamado porque arrastra los bagazos del mezcal beneficiado y los desperdicios de las tabernas. Las emanaciones de la corriente son de un olor especial y contribuyen a dar originalidad al lugar. Tequila huele a tuba, como Atotonilco a jazmines.
Mis primos continuaron por algún tiempo, aunque en pequeña escala, el giro de mi abuelo. En su compañía fui a visitar la antigua fábrica. Recorrí su interior, deteniéndome a cada momento para considerar con tristeza los estragos del tiempo, y la soledad y silencio que por donde quiera reinaban. Los patios y corrales, ahora desiertos, un tiempo se mostraron llenos de bulliciosa mulada perteneciente a los diversos atajos que conducían el producto a los pueblos del Estado, a San Luis Potosí y a Zacatecas, puntos con los cuales mi abuelo llevaba un comercio activo. Las trojes antes henchidas de maíz, mirábanse vacías y ruinosas; las pilas, secas y aterradas, no daban a beber a aquella multitud de mulas y caballos que poco ha todavía ocurrían a ellas a mitigar la sed, después de haber comido abundante maíz en los pesebres. Nada de aquella turba de incansables arrieros que con pechera de cuero y tapa-ojos mular al brazo, bullían por todas partes aparejando las mulas, echando los barriles sobre sus lomos y arriándolas con voces, azotes y silbidos; nada de aquel constante trajín, de aquel incansable ir y venir de trabajadores y compradores, con que resonaba el vasto edificio.
Mis primos me veían con rostro melancólico, y comprendiendo lo que pensaba en mi interior se limitaban a decirme en son de disculpa:
-¡Qué quieres!, nosotros somos pobres y mantenemos el negocio como podemos.
Hasta aquí la referencia de López Portillo sobre los arrieros tequileros.



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