En Un viaje en mula entre Acapulco y México
vimos las dificultades con las que Madame Callegari cruzó el caudaloso Río
Balsas en 1854. Ahora nos enteraremos de
la curiosa forma que tenían los arrieros para pasar con sus mercancías los
grandes ríos, concretamente el de San Jerónimo, según informa Salvador Castelló
Carreras, español de Cataluña, en su Diario
de Viaje por el Río Balsas y la Costa Grande de Guerrero. 1910.
Este viajero
participó entre los meses de septiembre y octubre en la expedición canadiense
encabezada por el coronel Andrews D. Davidson, que navegó el Río Balsas desde
el pueblo del mismo nombre hasta su desembocadura en el Océano Pacífico -casi
500 kilómetros-, para continuar a caballo por la Costa Grande hasta el Puerto
de Acapulco: otros 340 kilómetros. Durante la cabalgata emplearon a diez
arrieros con 10 caballos y 30 mulas.
Los
objetivos de la expedición eran dos: apreciar la riqueza agropecuaria, forestal
y minera de Guerrero, con perspectivas de explotación y colonización, y señalar
el trazado general de una vía férrea que, arrancando de Balsas, recorriera la
cuenca de este río y siguiera hasta Acapulco, de donde continuaría a
Chilpancingo y a Iguala. Tales proyectos quedaron truncos al desatarse en ese
mismo año la Revolución Mexicana.
En el Río
San Jerónimo los viajeros observaron con gran interés la forma cómo lo cruzaban
los arrieros:
Cuando llegamos al vado numerosos
arrieros esperaban turno y sucesivamente ocupaban sitio en las piraguas, donde
se cargaba también la mercancía que conducían. Al marchar aquéllas, arreábanse
tras ellas las caballerías que a nado pasaban el río conduciendo la embarcación
al otro lado. Por lo original, el procedimiento nos interesó en gran manera, dice este escritor, quien por
cierto era tío de doña Carmelita Romero Rubio, esposa del presidente Porfirio
Díaz.
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