Al estudiar la historia del transporte y el
comercio en México, uno encuentra con frecuencia curiosos detalles… En
anterior entrada de este blog comenté que los arrieros, en su función de
transportistas, desarrollaron una gran diversidad de especialidades, de acuerdo
a las exigencias de cada región; una de ellas fue el transporte de personas a
lomo de mula, que durante siglos tuvo amplia demanda en todo el territorio
nacional. Sin embargo, hubo una curiosa variante de este oficio, el de los
cargadores de gente, pero ya no en hamacas o en tronos, como se transportaba a
los jerarcas aztecas, sino sobre la espalda misma de los proletarios. Esto
ocurría habitualmente durante los días de lluvia en la Ciudad de México.
El naturalista
alemán Carl Christian Sartorius, en su obra México. Paisajes y bosquejos populares (1855), informa al respecto:
Por las banquetas altas puede caminarse
con los pies secos, pero la comunicación se interrumpe entre una calle y otra.
Es el tiempo de la cosecha para estos cargadores: como transbordadores vivos
llevan sobre la espalda, de una esquina a otra, a todos los que no están
descalzos como ellos; el pelado se convierte entonces en el émulo de San
Cristóbal http://es.wikipedia.org/wiki/Crist%C3%B3bal_de_Licia y por un medio atraviesa las turbias aguas con su carga. Es una delicia
ver, por las noches, a estos puentes voladores (los aguaceros generalmente caen
de las ocho a las diez de la noche); no hay alternativa y hasta las señoras
deben montar este caballo de dos patas a riesgo de exponer a los ojos de los
transeúntes una graciosa pantorrilla. Pero sería lo de menos, lo demás son
otros incidentes embarazosos que a menudo suelen presentarse. En medio del agua
(especialmente con las señoras), el cargador regatea el precio y si no aceptan
sus condiciones, amenaza con un baño involuntario.
Coincidiendo
con este autor, Madame Callegari, quien junto con Alejandro Dumas escribió el Diario de Marie Giovanni en el que habla de su viaje a México en 1854,
dice:
En un instante la ciudad se
transforma en un verdadero lago, por el cual a menudo no se puede navegar ni
siquiera en carroza (sic). Ahora bien, como no hay góndolas, hay que
quedarse en casa. Sin embargo, para los peatones imprudentes existe una especie
de locomoción, inusitada en cualquier otra parte: cargadores –mozos de cordel-,
que aguardan en las aceras y que se alquilan. Cobran un medio, el precio de los
grandes trayectos parisienses en ómnibus.
Sin embargo –agrega- esos cargadores no están asegurados contra un accidente […] a menudo
ocurre que resbalan y cargador y cargado caen en el lago. Una vez caídos, cada
quien se defiende como puede y gana la acera más próxima.
Si el ilustrado
lector desea más información sobre el origen ancestral de estos cargadores
capitalinos, le recomiendo el siguiente artículo:
http://suite101.net/article/antecedentes-indigenas-del-comercio-en-mexico-a40072