El tránsito entre los indios cargadores y las recuas, como medio de transporte
en la Nueva España, no fue fácil. Desde la toma de Tenochtitlan por los
conquistadores españoles, en 1521, pasaron 30 años para que se iniciara en
serio la sustitución de los tamemes por las carretas y las mulas.
En el México
antiguo habían sido los tamemes quienes con pesadas cargas sobre sus espaldas abastecían
a las ciudades de toda clase de mercancías y tributos, ya que no había bestias
de carga y tampoco se utilizaba la rueda como vehículo de transporte.
“Todas las cosas del tributo las llevaban a
México, de cualesquiera regiones por lejos que estuvieran, unos como fuertes
cargadores, porque todavía no conocían las bestias de carga y por consiguiente
estaban acostumbrados todos casi desde la cuna a llevar peso”, dice Francisco
Hernández en su obra “Antigüedades de la Nueva España”.
Órdenes de la Corona española a
don Luis de Velasco
Correspondió
al virrey don Luis de Velasco, padre, quien gobernó la Nueva España entre 1550
y 1564, aplicar las nuevas leyes de la Corona española que disponían sustituir
a los tamemes por mulas, para evitar “los muchos daños e perjuicios en sus
vidas por las inmoderadas cargas que les echan, llevándolas de unas partes a
otras”.
De manera
específica el rey instruyó a Velasco para que tan pronto llegase a México
abriera caminos y sustituyera a los indios cargadores por mulas.
A su vez, el
antecesor de Velasco, el virrey Antonio de Mendoza, al comentarle que él tuvo
especial cuidado en mejorar los caminos de Nueva España para evitar el abuso a
los tamemes, le recomendaba la continuación de estas obras, en especial el
camino a las minas de Zacatecas “para que puedan ir e venir por él arrias y se
excusen las vejaciones de los indios”.
Surgen dificultades para cumplir las nuevas
leyes
Sin embargo,
con todo y su buena voluntad, no fue fácil para Velasco acatar las instrucciones
reales. En su informe al monarca, de 1553, dice que a causa de haberse abolido
los servicios personales y los tamemes, se perjudicaron la minería y la
agricultura, pues “lo que se puede proveer con caballos y otras bestias de
carga es poco”.
En la ciudad
de México, informa Velasco, la situación no podía ser más grave, porque eran
los indios quienes llevaban la mayor parte del tributo de la Real Hacienda y de
los particulares, en su mayor parte bastimentos, y al abolirse los servicios
personales, la ciudad quedó desabastecida de carbón, leña, trigo, maíz y otros artículos,
sin que hubiera forma de suplir a los cargadores, debido a la escasez de carretas
y bestias. Velasco calculaba entonces en “doscientas mil bocas” la población de
la capital, incluyendo forasteros.
Los tamemes desafiaron a los siglos: todavía existen
No obstante
los problemas que acarreó la orden de sustituir a los indios cargadores,
Velasco se mantuvo firme en aplicarla, valiéndose para ello de su leal
colaborador, el visitador Diego Ramírez; pero lo único que pudo hacer Ramírez
fue confirmar que “de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno”.
En su
informe de 1551, Ramírez asegura que cuando se envió al licenciado De la Marcha
para pregonar en Guadalajara la real orden que prohibía usar a los indios como
bestias de carga, “no lo quiso hacer, antes dio a entender al pueblo que (esto)
era perjudicial, y de allí llevó muchos tamemes cargados por todo el camino que
anduvo, hasta llegar a las minas de Zacatecas, donde los mineros y
encomenderos, personas prósperas, le hicieron banquetes, a los cuales el dicho
visitador ha favorecido y favorece”.
Asimismo, el
propio Ramírez, refiriéndose a la provincia de Pánuco, dice en carta al rey que
“es notorio que los indios de aquellas provincias están muy fatigados con
excesivos tributos que dan a sus encomenderos, trayéndolos como los traen a
cuestas a la ciudad de México”. En la misma carta acusa al Oidor de la Real
Audiencia, licenciado Tejeda, de obligar a los indios a llevar a México
bastimentos, leña y yerba para los caballos.
El hecho es
que, a casi cinco siglos de distancia, en las zonas indígenas del México actual,
a falta de otros medios de transporte, todavía muchos aborígenes cargan sus
pertenencias sobre la espalda.
Obra consultada:
J. Ignacio
Rubio Mañé. Don Luis de Velasco, el
virrey popular. México. 1945.
Imagen: Códice Florentino, UNAM-INAH. Gran Historia de México Ilustrada. Ed. Planeta. 2002.
Artículos relacionados:
No hay comentarios:
Publicar un comentario